Guillermo Abril analiza las relaciones de China con el mundo tras la publicación de ‘El tren’, su proyecto Leonardo
“Según en qué ámbitos y momentos, Europa considera a China un socio, un competidor o un rival”
El pasado mes de noviembre, Guillermo Abril publicó El tren (La Caja Books). El libro es una crónica periodística fruto de una Beca Leonardo y en ella teje un retrato de China como superpotencia que se expande a través de un programa económico de largo recorrido: la Nueva Ruta de la Seda. En esta entrevista el corresponsal de El País en Pekín analiza en qué consiste esa iniciativa, cómo ha evolucionado y qué papel desempeña en Europa y el resto del mundo.
19 diciembre, 2024
Pregunta.- ‘El tren’ se enmarca en la Nueva Ruta de la Seda. ¿En qué consiste este programa y qué balance cabe hacer una década después de su puesta en marcha?
Respuesta.- En efecto, el programa lo lanza en 2013 el presidente de China, Xi Jinping. La Nueva Ruta de la Seda, cuyo nombre oficial es La Franja y la Ruta, es el megaprograma de inversiones e infraestructuras mediante el cual China pretende expandir su influencia global y conectarse al mundo. Es una fórmula global para tener relaciones económicas y políticas, hasta el punto de que uno de mis interlocutores en El tren lo hacía equivalente a la política de relaciones exteriores de China.
¿Cuál es el balance una década después? Depende de a quién preguntes. Desde luego se ha convertido en una política reconocida en todo el mundo que en su momento se ganó la adhesión de un buen número de países, entre ellos varios europeos. Tanto la guerra comercial que lanzó Donald Trump en 2018 como la crisis de la covid y la invasión rusa de Ucrania hicieron que Occidente se replanteara su visión de China y, por ejemplo, Italia ha abandonado el programa recientemente. Uno de sus aspectos más controvertidos tiene que ver con la financiación de estructuras en países en vías de desarrollo —por ejemplo, en África— que según algunos críticos les hace caer en una trampa de deuda.
Pero China está bastante contenta con el programa. Su pico de inversiones en infraestructuras, también en Europa, lo alcanzó en 2016 y desde entonces las ha ido reduciendo para centrarse en sectores específicos y proyectos que denominan de alta calidad. Esto incluye todavía infraestructuras enormes, como el puerto de Chancay en Perú que Xi Jinping y la presidenta Boluarte inauguraron a mediados de noviembre pasado con ocasión de la Cumbre de Países de Asia Pacífico, instalación construida y controlada por la empresa estatal china COSCO. La Nueva Ruta de la Seda sigue siendo parte fundamental de la creciente influencia china en África y América Latina.
P.- ¿Qué cambios cabe destacar en estos años?
R.- En primer lugar, 2013 es el inicio de mandato de Xi Jinping. Su reelección para su actual tercer mandato lo coloca, de alguna forma, a la altura de los grandes presidentes anteriores como Den Xiaoping y Mao Tse-Tung.
Por otra parte, en Occidente ha habido una especie de despertar respecto a la tesis de que los vínculos comerciales estrechos pueden salvar las diferencias ideológicas en las relaciones con los regímenes autoritarios, un fenómeno en el que también tienen que ver los acontecimientos recientes con Rusia. Desde ese punto de vista, y también por lo que respecta a China, hoy vivimos en un mundo mucho más complejo.
Otro de los grandes cambios es que China ha pasado a ser una segunda potencia mundial establecida. Es consciente del puesto que ocupa en el mundo y aboga por tener una voz con mayor peso en las instituciones internacionales. Por último, entre el comienzo y el fin de la última década China ha pasado a crecer a una menor tasa y eso es algo que las autoridades de Pekín debaten cómo afrontar.
P.- ¿Cómo ha evolucionado la relación entre la Europa de los Veintisiete y China?
R.- Según en qué ámbitos y en qué momentos, Europa considera a China un socio, un competidor o un rival. Ambas regiones mantienen una relación económica abrumadora y una relación política fluida, pero Europa se da cuenta de que la balanza comercial le es desfavorable, de ahí la reciente imposición de aranceles a los vehículos eléctricos chinos. Se ha pasado de una situación de idilio en 2008, cuando China paliaba las consecuencias de la crisis financiera adquiriendo empresas y comprando deuda de países europeos, a una coyuntura en la que Bruselas repara en que hay inversiones complejas en sectores estratégicos, como ilustran los casos del Puerto del Pireo, en Grecia, el del aeropuerto de Toulouse o la compra de grandes empresas de fabricación de robots dedicados a la industria, como la alemana KUKA. Así es como a partir de 2015 y 2016 Europa se plantea reconsiderar sus vínculos con China. Con España la relación es buena: no hay más que ver los anuncios recientes de apertura de fábricas de coches eléctricos y de baterías en nuestro país. Y de camino a la Cumbre del G20 en Brasil en noviembre, el presidente chino hizo una parada privada en Gran Canaria, sin agenda política por medio.
P.- ¿Qué horizonte se perfila con Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos y cómo puede afectar a las relaciones entre China y Europa?
R.- Trump ha anunciado aranceles del 60% a los productos chinos. Si cumple esa promesa, estaremos ante una reedición de la guerra comercial, y es complicado prever cómo afectará a nuestro entorno. Desde luego, China tratará de aprovechar el previsible distanciamiento entre Estados Unidos y la Unión Europea, pues los vínculos ya sufrieron durante el primer mandato de Trump. Y China no oculta que le pide a la Unión Europea que actúe con autonomía estratégica respecto a Estados Unidos. Pero, a su vez, en lo comercial es probable que también se resientan las relaciones, pues si Estados Unidos sube aranceles a la Unión Europea le preocupará convertirse en el destino de gran parte de las exportaciones asiáticas. Europa defenderá recibir, a cambio, mejor acceso a los mercados chinos o que el país se comprometa a instalar fábricas en el Viejo Continente. Preveo un entorno complicado y un mundo un poco más caótico, vista la tendencia hacia el aislacionismo de los países y a la desglobalización que estamos viviendo en los últimos años.