FIRMA INVITADA
El conocimiento científico sobre la biodiversidad, un rayo de esperanza frente a la sexta gran extinción
Ainhoa Magrach, beca Leonardo 2018 en Ciencias del Medio Ambiente y de la Tierra, analiza la gravedad de la crisis de biodiversidad que está poniendo en riesgo el futuro de la vida en la Tierra y defiende que los avances científicos que se han logrado para comprender este problema ofrecen un motivo para el optimismo sobre la posibilidad de frenar la extinción de especies y ecosistemas antes de que sea demasiado tarde.
28 noviembre, 2024
La pérdida de la biodiversidad es una de las crisis ambientales más graves a las que se enfrenta la humanidad. Las cifras hablan por sí mismas. Alrededor de 1 millón de especies de plantas y animales están en riesgo de extinción. Las tasas de extinción son entre 100 y 1000 veces mayores que las observadas en los últimos 10 millones de años, algo que sabe bien uno de los últimos premiados con el premio Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación, Gerardo Ceballos.
En el caso de los vertebrados, sus poblaciones han disminuido un 69%, algo que otro premiado, Rodolfo Dirzo, ha definido como la “defaunación” de los ecosistemas. Cada año se pierden 10 millones de hectáreas de bosques a nivel mundial, una superficie mayor que la de nuestro vecino Portugal (9,1 millones). Y todos estos impactos pueden rastrear su origen a las actividades humanas, con sus perturbaciones que han llegado a prácticamente todos los rincones de la Tierra.
Hace unos años tuve la oportunidad de colaborar en la creación del mapa de la Huella Humana, un índice que mide el impacto acumulado de diferentes presiones directas de las actividades humanas sobre la naturaleza. Lo que encontramos fue devastador: más del 75% de la superficie terrestre sufre de algún impacto medible de la actividad humana.
Al enfrentarnos a estas cifras, los ecólogos a menudo nos sentimos como médicos en plena pandemia, rodeados de muerte y destrucción, lo que hace difícil vislumbrar una salida o encontrar aspectos positivos. Sin embargo, estos existen, y creo que debemos enfocarnos en ellos.
Nuestro análisis de la Huella Humana era una actualización de un mapa de 1993 con datos del 2009. En los 15 años entre los dos mapas, la población humana aumentó un 23% y la economía global un 153%, pero el impacto de las actividades humanas incrementó solo un 9%. Este aumento más moderado se debía principalmente a que, en los países desarrollados, especialmente aquellos con un mayor Índice de Desarrollo Humano (que combina indicadores de salud, como la esperanza de vida; educación, como los años promedio de escolaridad; y nivel de vida, medido por el ingreso per cápita) y un mayor control de la corrupción, las presiones ambientales habían disminuido. Esto nos ofrece un pequeño rayo de esperanza.
Entre otras razones para la esperanza, está el hecho de que nuestro conocimiento científico ha aumentado de manera considerable en los últimos años, particularmente sobre la relación que existe entre la biodiversidad y el funcionamiento de los ecosistemas. Gracias a múltiples estudios sabemos que existe una relación directa entre la diversidad de especies y funciones ecosistémicas como la producción primaria, la polinización, el reciclaje de nutrientes o el control de plagas.
Por ejemplo, en un ecosistema agrícola, la diversidad de insectos polinizadores asegura una mayor producción de alimentos. En los bosques, una mayor diversidad de árboles contribuye a un mayor almacenamiento de carbono, ayudando a mitigar el cambio climático. Los humedales bien conservados, los bosques y las zonas ribereñas, ayuda a mitigar los efectos de fenómenos extremos como las inundaciones, al absorber y regular el exceso de agua. La degradación de estos ecosistemas agrava las consecuencias de eventos como la reciente DANA en Valencia, aumentando la vulnerabilidad a las inundaciones.
La biodiversidad también mejora la estabilidad de los ecosistemas, permitiendo que estos se recuperen más rápidamente de perturbaciones como incendios o sequías. Sabemos que cuando se reduce la biodiversidad, los ecosistemas se vuelven más frágiles, menos resilientes y que no son capaces de proporcionar muchos de estos servicios esenciales, lo que pone en riesgo tanto a los ecosistemas naturales como a las poblaciones humanas que dependen de sus servicios.
Pero para entender la relación entre biodiversidad y función, es esencial centrarse en los mecanismos más allá de los patrones, y en entender la biodiversidad no solo como la diversidad de especies sino también como la diversidad genética, la diversidad funcional, la diversidad de interacciones entre especies y las diferentes maneras en las que se estructuran estas comunidades como consecuencia de estas interacciones. Y esto es lo que en nuestro equipo estamos intentando hacer en nuestro proyecto GorBEEa financiado a través de una ERC Consolidator Grant.
Llevamos desde 2020 muestreando comunidades de plantas y polinizadores en el parque natural de Gorbea en Bizkaia intentando entender relaciones entre diversidad y función a múltiples escalas. En los últimos tiempos hemos tenido la oportunidad de adentrarnos en el maravilloso mundo de los microbiomas, en este caso de los polinizadores silvestres. Estamos aprendiendo en este estudio que la diversidad de la composición de especies bacterianas en estos microbiomas se relaciona estrechamente con la diversidad de plantas en el paisaje, lo cual probablemente contribuye a una mejor salud de los polinizadores que se encuentran en zonas diversas. Este resultado muestra la maravillosa conexión entre los mundos macro- y microscópico.
Algo similar ocurre en el microbioma humano, que también se beneficia de mantener una diversidad alta de bacterias. Porque al final los humanos somos una pieza más de esta gran red de interacciones y la biodiversidad como a las diferentes especies silvestres, a nosotros también nos beneficia. Y ese es otro punto positivo que esperemos nos ayude a reforzar la necesidad de conservar nuestros ecosistemas naturales, porque la salud de todos se beneficiará.